Luchas comunitarias en Bolivia. Complejidades en tiempos “progresistas”

Boletín DeBajada N°9

 

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Centro de Estudios Populares (CEESP)

Preparado por Huáscar Salazar Lohman

 

En marzo de 2023, en la ciudad de Cochabamba, el Centro de Estudios Populares (CEESP) organizó una serie de debates bajo el título “Pensando las luchas comunitarias y populares en el presente”. Además del equipo del CEESP, se invitó a 15 personas de diferentes partes del país, todas ellas con experiencia, estudios, participación o alguna conexión con los procesos organizativos comunitarios en Bolivia. También participó en el evento la destacada intelectual y activista Raquel Gutiérrez Aguilar, quien estaba de visita en la ciudad en esos días.

Estas jornadas fueron intensas sesiones de debate en las que se intentó comprender la situación actual de lo comunitario y lo popular en Bolivia. A 17 años de la llegada del Movimiento Al Socialismo (MAS) al poder, 15 años después de la Masacre del Porvenir, 13 años después de la entrada en vigencia de la nueva Constitución Política del Estado Plurinacional, 12 años después de la lucha contra la carretera por el TIPNIS, 7 años después del referéndum para la modificación constitucional para la reelección indefinida, 4 años después de la crisis política poselectoral que resultó en la caída de Evo Morales y el breve retorno de la derecha más conservadora del país, y 3 años después del inicio de la pandemia y del regreso del MAS al poder, esta vez con Luis Arce como presidente, se discutió a fondo sobre los eventos que han marcado la historia reciente de Bolivia.

Desde el inicio de este siglo, con la Guerra del Agua en el año 2000 y el posterior hito de la Guerra del Gas en 2003, se desencadenó un ciclo de movilizaciones populares. Estas protestas, que surgieron en contextos locales y comunitarios, estaban impulsadas por un profundo deseo de cambiar las formas neoliberales de política y economía que se estaban imponiendo sobre la base de desigualdades e injusticias históricas de larga data. Estos tiempos fueron poderosos, agrietaron la historia boliviana y la abrieron hacia horizontes transformadores, dejando una huella indeleble en la dinámica política de los años siguientes.

Sin embargo, “ya es otro tiempo el presente”[1]. Aunque entendemos bastante sobre el proceso centrado en el Estado que restauró el poder económico y político en torno al gobierno del MAS, incluyendo los mecanismos, las alianzas, las conexiones con el capital, el autoritarismo y los discursos vacíos, nuestras certezas son limitadas cuando se trata de comprender lo que ocurrió con las luchas comunitarias y populares, así como con los procesos organizativos que las respaldaron desde abajo. Las jornadas de debate se centraron en esta dimensión menos explorada pero igualmente urgente si queremos aprender de lo sucedido para poder mirar hacia el futuro.

El dilema del vínculo entre las organizaciones comunitarias y el estado

Al reflexionar sobre las transformaciones de las organizaciones comunitarias en la última década y media, surge la interrogante de cómo evolucionaron, se instrumentalizaron o se desorganizaron. ¿Qué les sucedió realmente? Un factor común, que constituye el núcleo del problema, se relaciona con la relación que estas organizaciones establecieron con el Estado tras la llegada del Movimiento Al Socialismo al poder. A pesar de que se hablaba, y aún se habla, del “gobierno de los movimientos sociales”, la realidad dista mucho de este ideal que, en realidad, se ha quedado en una consigna vacía.

Las organizaciones sociales se vieron gradualmente inmersas en una dinámica estatal que las fue corporativizando. Sin embargo, este proceso no fue puramente pasivo y descendente desde el Estado. La mayoría de las organizaciones sociales a nivel nacional cuentan con estructuras supracomunitarias cada vez más jerárquicas en sus niveles superiores, lo que las impregna con rasgos y dinámicas centradas en el Estado al operar políticamente.

En las organizaciones nacionales campesinas, interculturales y algunas indígenas, se observa un modelo político basado en la “delegación” de decisiones. Esta modalidad difiere significativamente de lo que sucede en las organizaciones de base, donde las decisiones se toman a través de procesos asamblearios mucho más participativos y se gestionan mediante representaciones no delegativas.

Esta diferencia estructural lleva a que, en periodos de escasa movilización social y durante el repliegue hacia lo cotidiano, como ocurrió cuando el MAS ganó las elecciones, las “altas dirigencias” tiendan a distanciarse de las bases. En estos momentos, no solo se toman decisiones sin consultar a las bases, sino que, debido a las dinámicas sindicales, estas decisiones suelen imponerse de arriba hacia abajo. Esto permite que estas organizaciones, con millones de afiliados, operen como grandes estructuras de movilización social coordinadas desde dirigencias con agendas propias.

A partir del año 2006, las dirigencias se convirtieron en mediadoras entre el Estado y las bases sociales, transformándose gradualmente en mecanismos de control y manipulación a cambio de recursos, cargos y poder provenientes del Estado. Esto dio lugar a la formación de “costras dirigenciales” que han manipulado diversos niveles de las organizaciones, eliminando cualquier posibilidad de disidencia y crítica.

En la actualidad, esta situación se ha traducido en una cristalización de las estructuras sindicales, con escasa capacidad de renovación generacional, lo que limita cualquier forma de crítica hacia las “altas dirigencias” o hacia el partido gobernante. Además, esta situación ha generado un creciente malestar entre muchas bases de las organizaciones, especialmente en un contexto de crisis económica, donde los recursos escasean y las bases se ven poco beneficiadas.

Es fundamental reconocer también que la forma sindical ha prevalecido sobre la forma comunitaria de organización social. Aunque es cierto que las formas comunitarias de vida social en Bolivia han coexistido con el sindicalismo durante décadas, en ciertos momentos, el sindicalismo vertical ha logrado capturar y subordinar la dinámica comunitaria. Este fenómeno fue evidente durante el Pacto Militar-Campesino en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado. Actualmente, enfrentamos un problema similar, aunque con imaginarios diferentes.

La polarización política y la desorganización de la crítica

En el contexto político boliviano, la polarización se ha convertido en la norma. Es fundamental comprender que la polarización representa una forma específica de abordar las contradicciones y las injusticias dentro de una sociedad, derivadas de su compleja estructura. Sin embargo, esta polarización ha sido cooptada por la maquinaria estatal, sirviendo a intereses políticos y económicos que quedan al margen de estos conflictos.

En última instancia, la polarización termina operando como una lógica fascistizante, generando un estado de confrontación continua en torno a los problemas arraigados en la vida diaria del país. En Bolivia, una nación marcada por un pasado colonial, el racismo constituye uno de los principales mecanismos de poder y violencia. Además, el clasismo y el patriarcado también se manifiestan, creando desigualdades estructurales en los ámbitos socioeconómico, político y cultural.

Como se discutió en las sesiones de debate, el dilema con la polarización radica en su capacidad para silenciar las voces críticas. Cualquier cuestionamiento al poder se inserta rápidamente en uno de los polos ideológicos predefinidos, a partir de premisas que resaltan estas históricas aflicciones y las exacerbaciones, pero que de ninguna manera buscan resolverlas. En cambio, perpetúan estas problemáticas. Esta lógica socava los esfuerzos de aquellos que desafían las violencias e injusticias, al poner en el centro de la atención las dinámicas polarizantes que oscurecen los problemas fundamentales.

En la actualidad, esta dinámica polarizante paraliza y obstaculiza los procesos de reorganización social. Además, socava alianzas en los sectores populares y, lo más crítico, crea un velo de opacidad sobre los procesos fundamentales de despojo y producción de desigualdades en la sociedad boliviana.

Complejizar el análisis de lo popular en su vinculación con el gobierno

Otro elemento que fue discutido en las Jornadas, que justamente tiene que ver con trascender una mirada polarizante de la política boliviana, es la necesidad de asumir una mirada más compleja sobre el contexto sociopolítico boliviano, planteando una lectura no estadocéntrica de lo que ha significado el MAS en el país y comprendiendo los procesos sociales de fondo que han tomado forma durante los años que este partido ha estado en el gobierno. Una mirada simplista y dogmática sobre lo que representa este partido no hace otra cosa que aportar en la profundización de la dinámica polarizante y desmovilizadora.

Lo primero a considerar es que la posibilidad de que el MAS haya llegado a la presidencia ha sido resultado de un proceso de lucha de largo aliento al comenzar este siglo. En este sentido, este partido representó, en su momento, una apertura en el Estado para continuar profundizando los horizontes que se venían impulsando desde las calles, frente a un modelo neoliberal y a su sistema de partidos que, en todo caso, reproducían de la manera más violenta un esquema de dominación económica, racial, cultural y política.

Si bien con el tiempo el MAS, en tanto cúpula partidaria, buscó desentenderse de la presión de las bases y para ello utilizó las mediaciones dirigenciales anteriormente descritas, estableciendo una dinámica política propia en articulación con las clases dominantes del país; lo cierto es que este partido continuó representando algo distinto en términos simbólicos y prácticos para gran parte de la población boliviana, en comparación a lo que significaron los gobiernos neoliberales precedentes.

Por un lado, no se puede menospreciar el factor racial. Bolivia sigue siendo hasta hoy un país profundamente racista; sin embargo, antes del gobierno de Evo Morales, el espacio de la presidencia y del gobierno central eran, en sí, identificados como la médula simbólica del racismo —basta con recordar al grotesco personaje de Gonzalo Sánchez de Lozada—. Por esto es por lo que, más allá de toda la crítica certera que se pueda hacer al MAS, no se puede menospreciar el significado de un gobierno dirigido por un cocalero con rasgos indígenas, similares a los de una mayoría históricamente excluida de la política boliviana. Y más aún si ello viene acompañado de un discurso transformador, por más que este haya quedado vaciado de contenido.

Por otro lado, si bien las dinámicas de ascenso social que habilitó el gobierno del Movimiento Al Socialismo han sido, en muchos casos, perversas, en la medida en que las mismas han estado ligadas a procesos poco sostenibles en el tiempo o a dinámicas extractivistas, muchas de ellas consideradas ilegales; no se puede negar que esa apertura existió —y fue mayor aún en el tiempo de bonanza económica como resultado de los buenos precios internacionales de las materias primas— y no puede desconocerse que tuvo implicaciones directas y palpables en la cotidianidad de millones de personas de este país. Y aunque en el actual momento de crisis, este “milagro económico” empieza a resquebrajarse por todos lados, aún queda el recuerdo de lo que significó en su momento.

Es relevante también considerar otra dimensión: la escala de la represión. Si bien es cierto que la represión ha sido parte del gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS), como se evidenció en casos como Chaparina o Takovo Mora, o como en los oscuros casos de represión y silenciamiento de los que el gobierno del MAS ha intentado desvincularse; es importante destacar que durante este gobierno no se ha registrado una represión comparable a la ocurrida durante la Guerra del Gas, que resultó en la muerte de más de 70 personas en pocas semanas, o a las recientes masacres de Senkata y Sacaba. Además, es fundamental comprender que en estos episodios de violencia no solo se emplea un uso desproporcionado de la fuerza pública, sino que también se dirige esta violencia hacia cuerpos racializados que las élites tradicionales de Bolivia consideran prescindibles.

Ahora bien, esto no significa, ni mucho menos, justificar el accionar del MAS, que es responsable no solo de la reactivación de la derecha del país, a través del potenciamiento de sus élites económicas, como es el caso de la agroindustria del oriente, así como otros sectores económicos dominantes con los cuales este partido estableció una serie de pactos durante los últimos 15 años. También es responsable por la corrosión de ciertas instituciones democráticas que ponen freno al retorno de los sectores más conservadores del país. Es impensable que Añez hubiera sido presidenta en un contexto electoral con legitimidad. Pero la pérdida de esa legitimidad no fue resultado de lo que hizo Añez y sus allegados, sino fue el resultado de la acción política del Movimiento Al Socialismo que intentó enquistarse —y enquistar a su líder— en el poder, incluso por sobre los intereses de las grandes mayorías.

En fin, los ejemplos son múltiples, pero lo que acá se pretende es recalcar la necesidad imperiosa que —desde una mirada crítica y que apuesta por la emancipación—, se debe tener en cuenta al momento de abordar la realidad boliviana y los distintos fenómenos sociales que, a la luz de una perspectiva simplista, terminan por neutralizar las voces y acciones críticas al interior de la sociedad.

La estrategia: enfocarnos en el abajo sin dejar de entender lo que pasa arriba

La última parte del debate giró en torno a las posibilidades y aperturas hacia adelante. Esta no es una discusión sencilla, justamente porque de lo que se trata es de ensanchar un piso común para la lucha —como lo dice Raquel Gutiérrez—, algo que en los últimos años se ha estrechado bastante, como consecuencia de la dinámica política estadocéntrica, de la subordinación de las organizaciones sociales y de la dificultad que existe por nombrar los procesos de dominación debido a que la batería conceptual crítica de la izquierda tradicional ha quedado capturada por el las dinámicas estatales, que incluso han servido para impulsar y legitimar procesos de expansión capitalista.

Es importante aprender de las luchas que en el presente están poniendo renovadas claves en la mesa del debate público, claves que están incomodando al poder en sus distintas facetas (no solo en la estatal). Tanto las luchas territoriales, que son principalmente indígenas y que surgen en resistencia a los procesos de expansión capitalista, como las luchas feministas, que, partiendo del cuestionamiento del orden patriarcal, terminan por cuestionar “todas las violencias” al interior de nuestras sociedades. Estas formas de interpelar al poder tienen en común la organización del malestar social y su canalización hacia luchas que “ponen la vida en el centro”, como foco de articulación de los esfuerzos por transformar la realidad social.

Es decir, en un momento de repliegue de las luchas, poner la vida en el centro puede convertirse en especie de pegamento de distintos esfuerzos —muy diferentes entre sí— que intentan poner freno a las diversas formas de expansión capitalista y de los procesos de expropiación de la capacidad política de decisión. “No necesariamente tenemos que estar de acuerdo para avanzar, hay que cultivar tensiones creativas”, es la frase con que una de las compañeras que participó en el evento trató de explicar esta necesidad de articulación desde una diversidad de perspectivas.

Para romper con el esquema polarizante, es fundamental descentrar la mirada de la disputa por el control de las instituciones estatales y recentrarla en problemas-que-nos-importan y que tienen que ver con poner la vida en el centro. En este caso, uno de los problemas fundamentales tiene que ver con la poca o nula importancia que se le da a la salud pública en las agendas de lucha (ni siquiera luego de la pandemia). En Bolivia se ha naturalizado el que la salud sea un problema que debe ser atendido y resuelto en el ámbito familiar o individual —lo que termina sobrecargando los trabajos de cuidado gestionados por mujeres—. No existe de manera prioritaria en las agendas de lucha popular una reivindicación seria por los excedentes públicos que deberían ser destinados a mejorar la calidad de los cuidados sanitarios en todas sus dimensiones.

Otro elemento que tiene que considerarse seriamente en las agendas de lucha “desde abajo” es el relativo a la alimentación, en un país en que cada vez se importan más alimentos de los que consumimos diariamente y se exportan toneladas de productos agroindustriales, que no benefician a nuestra dieta alimentaria ni tampoco al medio ambiente. Asimismo, el problema del agua es otro tema fundamental, no solo por la escasez para la producción en áreas campesinas tradicionales, sino también para el consumo en las ciudades y por la contaminación de la que son objeto los ríos de este país, como consecuencia de los procesos extractivos —principalmente mineros—.

Finalmente, un elemento prioritario reconocido para amplificar procesos de resistencia y lucha en el país, tiene que ver con el relativo a los medios de comunicación y la manera de difundir información confiable y útil. En un mundo interconectado por redes sociales y medios articulados a dinámicas de poder y funcionales a procesos de acumulación capitalista, es fundamental la creatividad para la producción y difusión de información que logre potenciar procesos organizativos desde abajo. La información confusa y tendenciosa que muchas veces proviene de los medios de comunicación oficiales y de las redes sociales son una de las mayores causas que terminan por agravar el problema de la polarización política.

 

[1] Cita extraída del texto de Forrest Hylton que lleva como título esa misma frase: “ya es otro tiempo al presente” y que se basa en voces de aymaras que nombran un momento histórico como distinto a los que lo precedieron.

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