Crisis económica: el preocupante y persistente incremento del subempleo femenino en Bolivia

Boletín DeBajada #2

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Una economía con problemas estructurales

Al finalizar el año 2019, antes de la pandemia, los indicadores económicos del país ya mostraban un deterioro preocupante. La bonanza económica, que fue resultado de un inusitado incremento de las exportaciones de gas, había quedado atrás. Muchos economistas recalcaron que ese año el país solo creció en 2,7%, la tasa de crecimiento del PIB más baja desde 2003, aunque, como ya se sabe, ese indicador es en realidad insuficiente para comprender el complejo proceso de deterioro económico.

Desde el año 2016, el país sostuvo cierta estabilidad económica sobre la base de un desahorro nacional. La caída sostenida de las reservas internacionales netas, así como el marcado incremento de la deuda externa, fueron los principales indicadores de aquella dinámica.

Y si bien antes de la pandemia la situación del empleo no era tan crítica como lo es hoy en día, la precarización laboral se venía acentuando. Así lo señaló el pasado año el investigador del Centro de Estudios del Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA), Bruno Rojas, en su participación en la Cátedra Marcelo Quiroga Santa Cruz de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA):

“Desde 2015 la tasa de desempleo abierto se vino incrementando paulatinamente, en una situación donde el crecimiento económico […] iba cayendo paulatinamente también. Esto es lo que se llama desaceleración, o los economistas le dan un nombre más difícil: ralentización. [La economía] se ralentiza, se hace más lenta y al final va cayendo. De [ese momento] al 2019, al cuarto trimestre, la tasa de desempleo cerró al 4,8% y, en general, en ese año hubo un 5% de tasa de desempleo. […] Al primer bimestre de este año 2020, la tasa de desempleo fue de 5,15%… sin pandemia”.

Pero cuando el coronavirus llegó al país la situación económica se erosionó de manera vertiginosa. Entre una cuestionable gestión de la contingencia sanitaria que derivó en una cuarentena mal planificada y los problemas estructurales que ya arrastraba la economía nacional, la crisis brotó enérgicamente… y con ella la situación del empleo empeoró rápidamente.

La tasa de desempleo no está reflejando la problemática laboral

Para el segundo trimestre de 2020 (abril-junio) la tasa de desocupación urbana se incrementó en casi cuatro puntos porcentuales en comparación al último trimestre de 2019, pasando de 4,83 % a 8,36 %, un claro indicio de la crisis económica y, en especial, del impacto que tuvo el confinamiento. Para el tercer trimestre de 2020 –considerado el peor momento–, la tasa de desocupación llegó a ser del 10,76 %.

¿Qué significa esto? La tasa de desocupación refiere a la relación que existe entre la población que no tiene trabajo pero que lo está buscando y la población considerada “económicamente activa”, es decir, la suma de todas las personas que o tienen un trabajo remunerado o aquellas que no lo tienen pero que lo están buscando. En términos absolutos esto significa que, si para el último trimestre de 2019 existían poco más de 191 mil personas desocupadas, para el tercer trimestre de 2020 la cifra ascendió hasta las 407 mil personas.

Es importante aclarar que la tasa de desocupación es una cifra general, que incluye a trabajadorxs formales e informales y, además, omite la calidad de los trabajos, así como si la remuneración es suficiente o no para lxs trabajadorxs.

Un ejemplo: si durante la pandemia una persona que trabajaba como empleado en una institución financiera hubiese perdido su fuente laboral, pero inmediatamente después comenzó a elaborar pasteles en su casa para ponerlos a la venta en la calle y así tener algún tipo de ingreso (aunque este no le sea suficiente para subsistir), esa persona sigue siendo catalogada como “ocupada” según los datos oficiales, tal y como sucedía cuando trabajaba en el banco.

Es por esto por lo que, aunque para el segundo trimestre de 2020 la tasa de desocupación descendió tres puntos porcentuales respecto al tercer trimestre de 2020, alcanzando el 7,6%, ello no explica mucho de la situación laboral real de lxs bolivianxs, más aún porque en el país la gran mayoría de la población está acostumbrada a realizar actividades económicas de manera informal para lograr algún tipo de ingreso ante cualquier eventualidad.

La subocupación femenina: un indicio preocupante de lo que está pasando

Ahora bien, aunque también es un indicador insuficiente, la tasa de subocupación ayuda a comprender un poco más lo que está sucediendo en el país en lo referente al mundo del trabajo y cómo las mujeres son las más afectadas por la crisis. Esta tasa lo que hace es calcular el porcentaje del total de las personas que son consideradas ocupadas pero que trabaja menos de 40 horas a la semana y, además, está buscando otras fuentes de ingreso. Es decir, son aquellas personas a las que su ingreso no les alcanza para vivir y tienen un tiempo “disponible” para seguir trabajando.

Aunque en esta categoría no entran las personas que trabajan todos los días y que su sueldo no les alcanza para subsistir (ya que estarían cubriendo las 40 horas de trabajo y por tanto se consideran como personas ocupadas de tiempo completo), es un dato que, a diferencia de la tasa de desocupación, da más luces sobre lo que está pasando con lxs trabajadorxs de Bolivia.

Si el último trimestre de 2019 la tasa de subocupación urbana era del 5,12 %, para el tercer trimestre de 2020 la misma llegó a ser de 16,54 %; es decir, un incremento de más de 11 puntos porcentuales. Ahora bien, a diferencia de la tasa de desocupación que se mantuvo relativamente similar entre hombres y mujeres, la tasa de subocupación muestra una clara diferencia de afectación entre géneros.

En el caso de los varones, la tasa de subocupación era del 3,9 % durante el cuarto trimestre de 2019 y alcanzó al 13,92 % durante el tercer trimestre de 2020. En cambio, para las mujeres esta tasa ya era más elevada en el último trimestre de 2019, alcanzando el 6,63 %; pero se disparó hasta el 19,94 % para el tercer trimestre de 2020.

Sin embargo, no solo llama la atención este incremento desproporcionado del nivel de subocupación femenina, sino también el hecho de que luego de la etapa más crítica (tercer trimestre de 2020), el mercado laboral se reacomodó de manera diferenciada. Para el segundo trimestre de 2021, la tasa de subocupación masculina descendió hasta alcanzar 9,52 %, mientras que la tasa de subocupación femenina se mantuvo muy elevada, sin bajar del 16,01 %.

Es decir, en la actualidad una gran proporción de mujeres está buscando otras actividades remuneradas para complementar o sustituir las que tiene en este momento pero que les son insuficientes. Ello sin considerar a las mujeres que están buscando otros trabajos pero que actualmente tienen actividades formales o informales de tiempo completo, por lo que no hacen parte de estas estadísticas.

 

Esta situación, además, no solo tiene que ver con las mujeres que antes de la pandemia trabajaban y ahora vieron precarizada su situación laboral; sino también por el incremento de la masa de trabajadoras en el mercado laboral. Según datos del INE, la población económicamente activa femenina creció en poco más de 226 mil; es decir, miles y miles de mujeres en “edad de trabajar” se vieron obligadas a dejar sus estudios o a buscar fuentes de trabajo, más allá de los trabajos de cuidado no remunerado a los que se dedicaban, con el objetivo de obtener ingresos monetarios. De lo cual, además, se puede deducir que la mayor parte de estas mujeres se insertan en el mercado de trabajo informal precarizado.

Por último, vale la pena reiterar que estos datos de desocupación y subocupación refieren a los centros urbanos y no se tiene tanta claridad sobre las modificaciones que se han dado en el mundo del trabajo rural, que seguramente también se ha visto afectado de manera significativa por la pandemia.

Aumenta la carga de trabajo para las mujeres

Ya lo señalaron distintas instituciones internacionales, como la Organización Internacional del Trabajo (OIT), u otras regionales como la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL): la carga de trabajo se está incrementando de manera desproporcionada para las mujeres durante la pandemia.

Por un lado, ello ocurre por el sistema patriarcal de organización de los trabajos de cuidado, en el que las mujeres son las que asumen la mayor parte como una obligación. Además, como se sabe, la crisis sanitaria del coronavirus ha incrementado sustancialmente estos trabajos de cuidado, ya sea, de manera directa, para cuidar a los enfermos de covid-19, pero también por todas aquellas actividades de cuidado que se han visto incrementadas por los procesos de confinamiento, que en muchos casos empujaron a que la oficina y la escuela, entre otras actividades, se trasladen a los hogares.

Junto a ese incremento de los trabajos de cuidado, muchas mujeres ahora también se han visto en la necesidad de vender su fuerza de trabajo para subsistir.

Con todo, esta situación está siendo poco visibilizada en la sociedad boliviana, más aún cuando la preocupante crisis económica que afecta a millones de bolivianxs se ha convertido en mecanismo de disputa en el descompuesto escenario polarizado que envuelve a la política estatal boliviana.