La violencia política contra las mujeres en el Valle Alto y el Chaco

Boletín DeBajada N°6

 

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Las mujeres que forman parte de organizaciones políticas en Bolivia enfrentan cotidianamente una serie de retos que hacen de su camino un espacio accidentado, con características más complejas que el de sus pares varones. En este Boletín, analizamos algunas de las características de este caminar a partir de la experiencia de dos organizaciones de mujeres: la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia y las mujeres guaraníes organizadas en la Asamblea del Pueblo Guaraní en el Chaco boliviano.

Bolivia se caracteriza por tener una alta densidad de espacios organizativos, en los cuales hombres y mujeres ejercen sus derechos políticos de forma colectiva y comunitaria, siendo este formato el que históricamente ha sido más efectivo para autogestionar los temas de la reproducción de la vida o, en otros casos, para lograr algún tipo de atención desde las instancias estatales frente a la desigualdad estructural.

Si bien este tejido organizativo sigue presente, se ha ido modificando profundamente en las últimas décadas. El contexto de polarización en torno a la dinámica política partidaria ha generado una serie de deterioros en las prácticas organizativas. Entre algunas manifestaciones de ello se encuentra la cooptación, fragmentación y los liderazgos marcados por intereses personales. (Como se describe ampliamente en el libro del CEESP: Poniendo la vida en el centro).

En Bolivia existe todo un bagaje de normativas para garantizar el ejercicio de la participación política de las mujeres y evitar la violencia sobre sus vidas. La Ley 243 “Contra el Acoso y Violencia Política”, diferencia entre acoso y violencia política, entendiendo el primero como actos de presión, persecución, hostigamiento y amenazas y a la segunda, como las acciones y agresiones físicas, sexuales o verbales. Ambas expresiones tienen la finalidad de impedir, entorpecer, evitar o restringir la participación de las mujeres en espacios organizativos.

Sin embargo, las leyes no van acompañadas de una institucionalidad sólida que garantice el cumplimiento de estas leyes en el ámbito político y organizativo, y mucho menos a un nivel local.

En este contexto, las mujeres indígenas, originarias y campesinas (IOC) han visto amenazados los espacios de participación y decisión que habían llegado a ocupar en sus organizaciones.  El CEESP ha estado trabajando con dos grupos de mujeres, uno en el Valle Alto de Cochabamba y otro en el municipio de Huacaya en el Chaco boliviano.

Desde los diálogos, a través de este boletín, intentamos visibilizar algunas de las dificultades que marcan su participación política, así como las estrategias que emplean para superarlas.

Las Bartolinas del Valle Alto

La Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia nació con el propósito de que las mujeres indígenas y campesinas del país logren una plena participación política dentro y fuera de sus organizaciones de base. Si bien esta organización tiene independencia política, hace parte de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB). Las Bartolinas están compuestas por una mayoría de mujeres quechuas y aymaras, se organizan de forma sindical y actualmente su organización es abiertamente afín al Movimiento al Socialismo.

En el Valle Alto las centrales y subcentrales reúnen a más de 2 mil mujeres, y desde su creación hasta el presente han enfrentado varios retos, entre ellos, la violencia política que viene tanto de compañeros y organizaciones cercanas, como también de aquellos que son sus antagonistas en el ámbito político. Esta situación ha empeorado a partir de la crisis política de 2019 y las implicaciones de la pandemia.

Las mujeres guaraníes del municipio de Huacaya

La población guaraní del país está organizada en la Asamblea del Pueblo Guaraní (APG), espacio organizativo en el que se permite la participación de mujeres, pero, a diferencia de la estructura de la CSUTCB, no tiene un espacio independiente compuesto exclusivamente por mujeres.  Existe liderazgos femeninos, sobre todo es común que las mujeres ocupen carteras como la de género y educación, tanto en espacios comunales como zonales. Pero su participación muchas veces queda reducida a estos ámbitos.

El municipio, que cuenta con dos zonas guaraníes (Huacaya y Santa Rosa), está ubicado en el Chaco chuquisaqueño, en la provincia Luis Calvo. Este sector está habitado por guaraníes, ganaderos, campesinos y gente autodenominada chaqueña, siendo los guaraníes la población que, a pesar de ser una mayoría, todavía es vista con menosprecio por los demás sectores, que los acusan de “flojos” dada la noción diferente del uso de recursos como la tierra y el uso del tiempo.

En este contexto y como una forma de restitución histórica, la APG ha optado por impulsar la conversión de municipios a Autonomía Indígena (AIOC). Este proceso es visto con esperanza por las mujeres, porque implica la posibilidad de mejorar distintos aspectos de su vida cotidiana, mejorando la salud y educación y generar liderazgos más sólidos:

“Sí, queremos llevar a una mujer para que esté en el nuevo gobierno autónomo, en algún cargo, que sea capaz de hablar por nosotras como mujeres. Porque la mujer es la que ve que hay falta en el hogar, lo que falta en la comunidad, es la que menos se deja manipular por otras personas“. (Gabriela, capitana comunal de una comunidad en Santa Rosa)

Sin embargo, el camino no ha sido fácil, en la zona de Huacaya otros sectores de la población se han organizado para impedir la instauración del nuevo gobierno indígena originario. En cambio, en Santa Rosa, la oposición ha encontrado la manera de insertarse en la nueva estructura para mantener su poder. En este proceso las mujeres han sido una de las fuerzas motoras, organizándose desde las bases para garantizar los avances en la AIOC, desde hacer vigilia en el Tribunal Electoral de Sucre, como movilizarse para impedir los bloqueos del sector contrario a la autonomía indígena.

Experiencias concretas de violencia política en una Bolivia plurinacional

Cuando analizamos la violencia política contra las mujeres en Bolivia, es importante aplicar una mirada interseccional, diferenciando entre violencias que enfrentan todas las mujeres y violencias que se agravan notoriamente en la realidad de las mujeres indígenas, originarias y campesinas.

Violencias por ser mujer

Una de las violencias más estructurales que enfrentamos las mujeres es justamente la negación de la posibilidad del ejercicio político. Esto se hace evidente en las siguientes circunstancias:

La exclusión en la toma de decisiones en los espacios mixtos. Si bien en la mayoría de las organizaciones de base, como también en los municipios rurales, las mujeres asumen ciertos cargos de autoridad, en muchas ocasiones son excluidas del espacio de negociación y decisión sobre temas fundamentales, como la tierra, los recursos naturales o las candidaturas políticas. Esta exclusión deliberada hace que la paridad se convierta en algo netamente formal, para la foto, pero no en algo sustancial, tal y como lo señala una de las participantes del Valle Alto:

“Es diferente cuando participamos como mujeres en asambleas, no hablamos. Da miedo. Aquí se habla de si sube el precio de algo, si alguna tiene problemas. Eso no pasa cuando están los hombres”.

Las limitaciones que se imponen desde la normalización de la desigualdad en las tareas de la casa para participar en espacios orgánicos o políticos. Los roles todavía perjudican, sobre todo, en la vida privada. Todavía permanece la idea de que los hombres “ayudan” en la casa, sin asumir responsabilidad plena, al igual que las mujeres. Los múltiples días laborales que asumimos las mujeres por estos roles impuestos de cuidado impide participar activamente en las organizaciones.

Doña María Teodora, de Santa Rosa, resume el mandato que se le es impuesto:

“la mujer es para la casa, la mujer tiene que estar en su casa, mayormente el esposo no está de acuerdo con que la mujer salga, [dice:] ‘¿a qué había salido?, ¿a  qué ha ido a buscar algo fuera de la comunidad?’”.

Cuando las mujeres empiezan a crear espacios u organizaciones exclusivamente de mujeres, tienen que superar un montón de dificultades.

En el Pueblo Guaraní no existe una organización consolidada de mujeres, no lo permiten los varones. Argumentan que significaría una ruptura en la necesaria unidad del pueblo. Sin embargo, tampoco se pueden ver esfuerzos para realmente democratizar el poder en la APG, siendo las formas de liderazgo todavía sumamente masculinizadas, y con poco interés en las propuestas y demandas que se plantean desde las mujeres.

En el caso de las Bartolinas, en el Valle Alto que ya han consolidado su propia organización de mujeres hace décadas, se han visto nuevas amenazas a este espacio seguro. En el tiempo de la pandemia, las restricciones de movilidad impactaron negativamente en la organización, haciendo de las asambleas un espacio al que pocas mujeres podían asistir por las restricciones de aforo.

Este hecho repercutió negativamente, puesto que la situación fue aprovechada por varones cercanos, que empezaron a asistir a las reuniones en representación de sus esposas y madres. Aunque la situación crítica por el covid-19 ya hubiese pasado, ellos nunca dejaron este espacio y ahora inundan la organización, desinformando desde el pretexto de que las organizaciones de mujeres debilitan la unidad de la lucha y, así, ocupan los espacios que corresponden a las mujeres. (ver: https://muywaso.com/bartolinos-el-patriarcado-del-sindicalismo-y-la-pandemia-machista/)

Por otro lado, surge  la violencia y amenazas con tinte machista y/o sexual, descalificación y estigmatización que recibimos las mujeres cuando estamos en un cargo de liderazgo. Es como si hubiese una lupa sobre todo nuestro accionar, incluso a nivel privado, buscando pretextos para descalificarnos. Varias mujeres nos contaron que cuando ellas salen a reuniones o viajes fuera de la comunidad, les genera directamente una estigmatización, poniéndolas en el lugar de infidelidad a sus parejas. Esta situación genera tensiones en el seno del hogar, que en un número considerable de casos termina en divorcio u otras formas de ruptura.

Así, las mujeres en la APG y en las Bartolinas son objeto de una presión permanente dentro de la organización, porque muchas de ellas han sentido en sus cuerpos los juicios sobre su rol como mujeres, tal y como señala Mariela, capitana comunal en la zona de Santa Rosa:

“Hacemos ver a las personas que todo está bien, pero sin embargo ¿cómo tenemos el corazón?  A veces lo tenemos destrozado por problemas familiares, por conflictos familiares o a veces porque tenemos un cargo y a veces tienes que salir a gestionar por el bien de tu comunidad y dejas a tu familia y eso genera mucho conflicto y tienes mucho dolor en tu corazón.”

Violencias racistas y coloniales

Si bien en las últimas décadas ha existido una presencia más visible de las mujeres indígenas, campesinas y originarias en los escenarios políticos nacionales y locales, esta presencia simbólica no ha podido resolver el problema de la discriminación en Bolivia.

El contexto de las mujeres Bartolinas y de las mujeres guaraníes no es igual, siendo las primeras parte del instrumento político del MAS, mientras que las últimas tienen un lugar aún más marginal en el escenario político, estatal y partidario.

Sin embargo, en ambos grupos todavía sienten una fuerte carga de racismo por parte de la sociedad boliviana, fenómeno que sobre todo, en tiempos de polarización política, vuelve a manifestarse de formas más crueles.

Las mujeres de Huacaya en su proceso de impulso a la Autonomía Indígena se enfrentan con una fuerte oposición del sector no-indígena, que está constituido tanto de karai (las elites blancas o mestizas del Chaco), así como el sector campesino intercultural.  “Nos dijeron burras, anda a la escuela primero antes de pedir autonomía, esas indígenas no saben nada y otras cosas insultantes”, así es como comentan las mujeres de la comunidad de Mboykobo refiriéndose a las últimas Asambleas en septiembre de 2022, donde el sector opositor frustró su intento de elegir un gobierno autónomo indígena.

Las mujeres Bartolinas, por su parte, expresan que siguen sintiendo violencia racista cuando salen de su región a la ciudad de Cochabamba o a otros lugares del país. Así lo comenta una de las mujeres del Valle Alto.

“Cuando te ven con la manta azul dicen ya nos miran mal. Nos ven mal por ser mujeres con pollera, nos ven como las “cholas” del gobierno”.

Estas violencias coloniales sin duda dejan un marco fuerte en el ejercicio político de las mujeres indígenas, originarias y campesinas. Aumentan la sensación de inseguridad y hostilidad en los espacios públicos, que siempre cuesta habitar.

No es extraño que muchas de estas mujeres expresen que su experiencia en el ejercicio político se enmarca en la desconfianza e incluso en la autocensura, lo que muchas veces desincentiva su participación en las organizaciones sociales.

Pistas para resistir y estrategias de cuidado desde lo cotidiano

Una estrategia cotidiana poco reconocida dentro de las mismas organizaciones de mujeres es la de generar espacios para compartir desde la cotidianidad entre mujeres, ya sea desgranando maíz, tejiendo, tomando poro, etc. Todos espacios que no necesariamente son parte nuclear de las organizaciones de las que estas mujeres hacen parte. En este sentido, el diálogo como ejercicio cotidiano es una experiencia femenina que ha pervivido durante siglos y que nos ha ayudado a sostener la vida en la comunidad y la vida de cada una, ya que estos microespacios se convierten en una forma de articulación de energías, así como de descargas colectivas.

En el caso específico de las mujeres guaraníes, el microespacio cotidiano de tomar mate entre compañeras permite la circulación de la palabra y las experiencias cotidianas, y es también este espacio en el que se permite el uso de la palabra de manera horizontal y directa.

Las mujeres del Valle Alto reconocen este microespacio de lo cotidiano como una potencia para el accionar hacia la superación de las violencias complejas que viven. Este espacio se puede generar tanto en el ámbito doméstico como en el orgánico. A decir de Catalina –que es parte de las Bartolinas:

“Después de las asambleas nos quedamos y nos charlamos, ahí nos contamos cómo estamos, qué necesitamos”.

Tanto para las Bartolinas como para las mujeres de Huacaya, la necesidad de generar espacios con mujeres es vital para mantener vivo el tejido. En el caso de las compañeras de Huacaya, estos espacios que están fuera de los cotidianos, se dan a partir de los Miaris, es decir,  reuniones entre mujeres del que algunas de ellas son parte y que convocan en Monteagudo a mujeres de otros territorios guaraníes.

Para las Bartolinas, es el espacio propio el que les permite, como mujeres parte de una organización política, hablar de temas considerados de “mujeres”: el precio de los productos de la canasta básica, la distribución de agua, la salud de alguna compañera, etc.

Existen organizaciones externas que trabajan con las mujeres IOC, en la mayoría de los casos capacitándolas en labores que pueden considerarse dentro de los roles feminizadas, como tejido, cocina, etc. y en algún caso, propiciando espacios de diálogo de sus necesidades y demandas.

En cuanto a las denuncias realizadas a las instancias judiciales correspondientes por violencia política, solo las Bartolinas tienen experiencias al respecto y ninguna positiva, porque, en general, son las mujeres denunciantes las que acaban exiliadas de la organización y en el proceso son revictimizadas.

Las mujeres de Huacaya no han presentado denuncias específicas por acoso político, ya sea por la gran distancia que separa a gran parte de ellas de un centro de denuncia o bien porque también sienten sobre sus cuerpos el miedo a ser señaladas y revictimizadas por el resto de la comunidad.  Mayra, responsable de género de su comunidad en Huacaya, comenta:

“Ninguno hace respetar las leyes hacia la mujer. En una oportunidad vinieron la Defensoría de la Niñez y de la Mujer a darnos una charla y una socialización y ahí quedó, no continuó”.

Tanto para las Bartolinas como para las mujeres de Huacaya, es una necesidad generar espacios de mujeres más allá de lo cotidiano, sostener los que ya existen y crear algunos extra que les permitan no solo hablar y cuidarse entre ellas, sino también fortalecer liderazgos, capacitarse en áreas que las permite una independencia económica frente a los hombres y generar estrategias colectivas para poner fin a las violencias políticas ejercidas sobre ellas.

 

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