Cuando comenzaba el siglo XXI, el país vio aflorar un conjunto de luchas sociales que habrían de poner en crisis al hasta entonces hegemónico modelo neoliberal. La Guerra del Agua, el año 2000, y la Guerra del Gas, el año 2003, fueron los momentos más álgidos de este intermitente pero sostenido proceso de efervescencia social. La elección de un gobierno que permitiese facilitar esas luchas desde el Estado (2005) y, en especial, la puesta en marcha de una Asamblea Constituyente (2006-2008), serían consecuencias derivadas de aquella Bolivia rebelde.

Más de veinte años han pasado desde que se iniciase este ciclo de luchas y quince desde que Evo Morales fuese investido como presidente… es así que –como lo señala esta potente frase– “es ya otro tiempo el presente”.  

Si bien los años de levantamientos y los primeros años del gobierno del MAS fueron intensos y creativos en términos de la producción de sentidos disidentes que intentaban significar y apuntalar los procesos de lucha –desde el surgimiento del grupo Comuna hasta las distintas vertientes indianistas-kataristas, pasando por diversos debates que se dieron en distintos niveles de la sociedad civil organizada–; los años siguientes, en especial luego del proceso constituyente, el pensamiento crítico se volvió cada vez menos crítico y se convirtió en un instrumento para el cálculo político de la gestión estatal. Devino cada vez más pesado, estéril, y estático. Un pensamiento funcional.

Como suele suceder en estos procesos, en los que el Estado monopoliza el discurso político “revolucionario”, los sentidos que tomaron forma en las luchas poco a poco se convirtieron en etiquetas de legitimación y en instrumentos de poder. En muchos casos se convirtieron en slogans para legitimar un proyecto político capitalista y depredador, en el que interactúan nuevas y viejas élites.

La crisis política que estalló en 2019 –una disputa por el control del gobierno en el marco de un sistema democrático liberal profundamente descompuesto– derivó en una violencia exacerbada que dejó como resultado centenares de heridos y decenas de muertos. Este escenario, entre otras cosas, puso en evidencia las dificultades que existen para nombrar críticamente momentos de tanta complejidad, en los que la cualquier alternativa política pareciera quedar capturada por una lógica polarizante y violenta que aparentemente totaliza la búsqueda de alternativas sociales.  

Seguramente, frente a este contexto político –en el que además se vaticina una profunda crisis económica– podemos esperar tiempos difíciles y muy confusos. Aunque como suele suceder en esos momentos de reacomodos y desplazamientos, también se abren paso nuevos horizontes y maneras de impugnar una realidad social injusta, violenta y cada vez más corrosiva del medio en el que se habita.

El CEESP surge en torno a este deseo de nuevos horizontes, como una institución que se propone ser un espacio comprometido, amplio y plural de producción de pensamiento crítico sobre la realidad boliviana, en un momento difícil. Si bien es cierto que la gestación creativa del pensamiento es más fluida en los grandes momentos de efervescencia social, en el CEESP estamos convencidxs de la importancia que tiene también hacer esta labor en los momentos que entusiasman menos. No como un acto reflexivo ensimismado, sino moviendo el lente de intelección hacia lo que generalmente queda fuera de los grandes relatos: la gestión cotidiana de la vida y las luchas que rompen barreras epistémicas y teóricas, como las territoriales o feministas, que en estos tiempos adquieren cada vez más fuerza bajo el deseo de cambiarlo todo.

Por una geopolítica de lo común (Y un programa de investigación disidente)

Tomando en consideración la urgencia de una crítica renovada en el contexto boliviano el CEESP se propone, como marco general de trabajo, impulsar, potenciar y nutrir un programa general de investigación en torno a lo que entendemos como una geopolítica de lo común. 

La geopolítica –que de manera sintética puede entenderse como la relación entre geografía (humana y física) y el poder político– tradicionalmente se asume como una prerrogativa exclusiva del ámbito de los Estados y de las relaciones internacionales. 

Sin embargo, resignificar esta categoría a la luz de las formas comunitarias y populares de organizar la vida; sus formas concretas y situadas de producir decisión política autónoma desde la reproducción colectiva de la vida; sus estrategias de alianzas, resistencias y luchas; y su compleja articulación contradictoria con el capital y el Estado, puede convertirse en un recurso de intelección amplio, dinámico, plural; pero, sobre todo, útil para la renovación de una crítica en el escenario boliviano. 

Desplegar y amplificar lo común como relación social que se produce, existe y es una alternativa presente –no una sociedad futura por venir– es un proceso que, desde la historia y una experiencia práctica, demuestra ser profundamente contraria a las determinantes socioeconómicas más injustas. Pero desplegar y amplificar lo común requiere de un horizonte, de una práctica y una estrategia que si bien están primariamente ancladas en la micropolítica –a esa escala donde lo común/comunitario se cultiva, se cuida y se reproduce– no puede dejar de considerar la escala de la política macro, aquella desde donde se organiza y se ejecuta la dominación. En este sentido, una geopolítica de lo común representa no solo concebir procesos de resistencia desde lo micro, sino también la configuración de posibilidades y condiciones que permitan establecer límites sobre la relación Estado-Capital.

La geopolítica de lo común como apuesta de intelección puede entenderse, entonces, como un esfuerzo por la producción de un conocimiento estratégico, subalterno, no estadocéntrico y contrahegemónico, en el que se considera una compleja articulación de horizontes plurales y, a la vez, pragmáticos; que tienen como denominador común la reproducción colectiva de la vida, desde donde se gestionan diversas experiencias, horizontes y luchas.

Una geopolítica de lo común como programa investigativo de pensamiento crítico se presenta, en todo caso, como un deseo que, por lo menos en este momento, no aspira a otra cosa más que a potenciar y visibilizar sentidos disidentes en tiempos oscuros y pesimistas;  y siempre de la mano de la gente que los crea y recrea en su vida cotidiana.

Cochabamba, Junio de 2021.