Desentrañando la violencia política en Bolivia. Desarticulación, disciplinamiento y reorganización en las organizaciones sociales de base

Boletín DeBajada N°11

 

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A principios del año 2021, cuando la polarización política en Bolivia estaba en su punto más álgido luego de la crisis de 2019, desde el CEESP nos cuestionamos sobre cómo proponer claves interpretativas sobre la realidad boliviana que sean capaces de trascender los lugares tan estériles de la política estadocéntrica, que tendía a organizar el escenario de la política en un esquema binario, en el que se forzaba a tomar partido, suprimiendo la crítica y simplificando la compleja situación social que atravesaba el país. Nuestra pregunta era: ¿cómo se pueden abordar los problemas de fondo de la sociedad boliviana, reposicionar temas relativos al antagonismo social y elaborar estrategias de transformación social sin caer en las tan estériles inercias en las que se encontraba inscrita la política partidaria boliviana? Nuestra respuesta fue: mirar hacia abajo, pero desde una perspectiva y un hacer crítico.

Una de las grandes problemáticas aparejadas a la dinámica polarizante es que, con el tiempo, termina capturando a las propias organizaciones de base, aquellas que toman forma y se reúnen para resolver problemas de la vida cotidiana. Las dirigencias de estas organizaciones, más aún cuando éstas operan desde formas verticales, rápidamente tienden a “tomar partido” en el escenario de la polarización, lo que deriva en que gran parte de la energía de estas organizaciones sea destinada a apuntalar esta dinámica de confrontación partidaria, relegando a un segundo plano de importancia problemas de fondo relativos a gestionar problemas comunes y a la reproducción de la vida en general.
También consideramos importante evitar caer en una mirada que romantiza e idealiza el abajo como el lugar en el que siempre se enuncia lo “correcto”, y también evitando catalogar a una organización por encontrarse, especialmente sus dirigencias, cercana a algún partido político, en el marco de la polarización.
Así, nuestro punto de partida, que nos permitía mantener discusiones de interés para las organizaciones de base, abriéndonos paso entre los relatos de la polarización, fue comenzar diálogos que “ponen la vida en el centro”. Es decir, comenzamos a organizar la discusión desde los problemas más inmediatos que tenían que ver con la reproducción de la vida.
En el campo, estos problemas tenían que ver con la sequía y el riego, con la erosión de los suelos, con la migración sistemática de los jóvenes hacia centros urbanos, el Chapare u otros países, con el estado de los caminos, con la monopolización de los mercados campesinos, el alza de precios de los insumos para la agricultura, el acceso a la salud, las violencias hacia mujeres y hombres, aunque con distintas características, etc. En la ciudad, los problemas tenían que ver con la falta de empleo y el hambre, con la falta de agua potable, con el estado de las calles, con la inseguridad en los espacios públicos, la discriminación y estigmatización hacia los sectores populares, el acceso a la salud, etc. Y, tanto en el campo como en la ciudad, todos estos problemas los discutimos a la luz de una pandemia en curso, lo que terminó por acentuar de manera dramática todos estos problemas. Este trabajo permitió entender cómo la dinámica polarizante termina por dificultar la posibilidad de resolver estos problemas o de generar algún tipo de resistencia o lucha en torno a ellos.
Sin embargo, al avanzar en esta discusión, poco a poco nos dimos cuenta de que era mucho más fácil entablar este diálogo con las mujeres que formaban parte de estas organizaciones que con los varones, que estaban más preocupados por las discusiones partidarias. Ellas eran las que más participaban y querían dialogar sobre estas problemáticas, y estaban interesadas en que las mismas se dieran a conocer hacia afuera de sus organizaciones, pero también para que sus propias organizaciones mixtas las reconocieran.
En particular, nos encontramos con un gran interés por dialogar desde la perspectiva de “poner la vida en el centro” en una organización de mujeres regantes campesinas, en el Valle Alto de Cochabamba. En este caso fue muy interesante conocer cómo las mujeres que se hacían cargo de esta organización venían impulsando sus propias agendas y reivindicaciones en el marco de un conjunto de otras organizaciones mixtas, algunas casi exclusivamente masculinas, muchas de las cuales les habían puesto trabas en los últimos años.
Es decir, si bien existía mucho interés por parte de las bases, en especial de las mujeres, por hablar de estas problemáticas cotidianas que les afectan y que merecen la atención colectiva, entendimos que tanto en las organizaciones mixtas como en las organizaciones exclusivamente de mujeres operaban algunas dinámicas que tendían a silenciar las voces que ponían estas temáticas vitales en el centro de atención, forzando a que la discusión volviese al redil de la polarización, al de la definición de candidatos, al de las alianzas, al de la repartición de puestos. La política estadocéntrica se posicionaba por encima de la política de la vida cotidiana.
Por todo esto, vimos que la importancia de hablar de las agendas que ponen la vida en el centro al interior de las organizaciones de base no podía ser desvinculada de una discusión sobre la violencia política que se ejerce al interior de estas organizaciones, violencia que tiende no solo a desplazar a un segundo plano las problemáticas más urgentes y necesarias de las personas que hacen parte de estas organizaciones, sino que también tiende a organizar la micropolítica de los barrios y de las comunidades en torno a las necesidades y disputas de la “alta” política.
Pero esta violencia política es particular. Por lo general, se suele relacionar el término de violencia política con la violencia ejercida por el estado a través de sus órganos represivos, a través de la criminalización de la protesta y de las voces críticas; pero pocas veces se asocia la violencia política, es decir, la violencia que proviene de las instituciones del estado y de las relaciones que lo recrean y actualizan, como formas de violencia que se viven en la cotidianeidad. En el día a día de las organizaciones de base operan, de manera sistemática, distintas violencias, muchas de las cuales se entienden de manera separada de la dimensión política. Las violencias patriarcales son las más evidentes, aunque también es posible hallar violencias de otra índole, como las coloniales y clasistas.
Sin embargo, a la luz del trabajo que han venido realizando distintos feminismos es posible entender cómo las violencias, en este caso patriarcales, terminan por recrear jerarquías y por organizar un conjunto de relaciones sociales en la vida cotidiana de las personas. Fue así como, en el caso de las organizaciones de base con las que estábamos trabajando, comenzamos a jalar un hilo muy interesante y nos hicimos la siguiente pregunta: ¿cómo la exacerbación de los pactos patriarcales al interior de las organizaciones recrea un conjunto de violencias que terminan por disciplinar y regular la dinámica de éstas, y lo hace en torno a los intereses de grupos de poder que operan desde el estado?
Y aunque consideramos que no es la única, entendemos que la violencia patriarcal es en el presente uno de los principales vehículos de ejercicio de la violencia política al interior de las organizaciones sociales de base en el país.
Ante un escenario de la política estatal cada vez más descompuesta y una crisis económica que comienza a afectar a la mayoría de la población, es natural que las organizaciones de base se vuelvan cada vez más contestatarias, ya que su propósito final es el cuidado y la reproducción de la vida, algo que comienza a dificultarse cada vez más en estos tiempos. Las discusiones sobre quién será candidato, sobre las disputas interpartidarias, sobre las acusaciones entre gobernantes, no pueden ser temas que siempre estén en el centro de la agenda política de estas organizaciones.
Pero cuando se comienzan a poner temas relevantes, relativos al agua, alimentos, salud, etc., sobre la mesa de discusión, temas que son principalmente discutidos por mujeres, comienzan a operar distintas violencias para forzar el disciplinamiento al interior de estas organizaciones. Desde ignorar a las mujeres que tienen la palabra hasta el acoso sexual, pasando por una serie de acusaciones ceñidas a los estereotipos patriarcales (mala madre, favores sexuales, incapacidad, etc.), estas violencias terminan no solo por reposicionar una política controlada por varones, sino que la recreación de estas jerarquías al interior de las organizaciones termina por generar un canal de disciplinamiento de toda la organización a los requerimientos de grupos de poder que controlan o disputan las instituciones del estado.
Y esto no solo sucede al interior de organizaciones mixtas, sino que también es una violencia que opera de manera directa contra organizaciones que deberían ser exclusivamente de mujeres, como la organización de mujeres campesinas indígenas “Bartolina Sisa”. Al estar esta organización profundamente vinculada a la organización campesina general y a sus luchas históricas, se suele utilizar este argumento como justificante para la intervención de varones en las organizaciones de mujeres que, en teoría, son autónomas. No solo se intenta subordinar el accionar de esta organización, sino que incluso se imponen dirigentes varones al interior de las organizaciones campesinas y se limita su posibilidad de participación en otras instancias de la política sindical.
Además, todas estas violencias, tanto en organizaciones mixtas como exclusivas de mujeres, se han incrementado sustancialmente en tiempos de la pandemia y de crisis política, donde los mandatos hacia las organizaciones de base terminaron afectando mucho más la participación política de las mujeres, las cuales fueron empujadas a los ámbitos domésticos para ejercer trabajos de cuidado, mientras los varones fueron los que se quedaron ejerciendo el control de las organizaciones.
En fin, entender cómo opera la violencia política al interior de las organizaciones de base y relacionarla con el problema de la reproducción de la vida, nos ha llevado a un lugar muy interesante para abordar la política boliviana actual: la desarticulación y el repliegue de la trama organizativa popular. Si bien a inicios del siglo XXI, el freno al neoliberalismo fue impulsado por una variopinta constelación de organizaciones sociales, cuyos procesos organizativos de base pusieron sobre la agenda pública una variedad de reivindicaciones que implicaban transformaciones de fondo en la síntesis social boliviana; en el presente, esa capacidad de impugnación del orden dominante está totalmente disminuida y, en todo caso, se puede observar cómo gran parte de la energía de las organizaciones sociales está subordinada a las lógicas del poder.
Consideramos que esta forma de violencia política que se ejerce al interior de las organizaciones de base no solo permite entender cómo se inhibe la participación política de las mujeres en organizaciones sociales, sino que también permite dar cuenta de la manera en que se han producido procesos de desarticulación de la fuerza popular que otrora producía capacidad de transformación social y visibilización de horizontes alternativos.